Tenía atravesada la soledad, lo notaba en la garganta. Ese es el único síntoma bueno, el que permite un diagnóstico claro, esa incapacidad de respirar, de tragar. Que busques aire y no lo halles, que andes como caballo desfondado, como si tuvieras una correa alrededor del cuello que te impide continuar vivo y te revuelves una y otra vez buscando. Las piezas del puzle están bien colocadas, pero algo falla. Es casi imperceptible, pero sabes que algo no va bien. El despertador, el chirrido de la puerta, el ascensor lento y la luz trémula del descansillo. Todo es igual que ayer, y que anteayer. Los mismos barrenderos en la calle, la señora que da de comer a las palomas y los orientales colocando las mesas de la terraza del primer bar de la mañana. Todo parece igual que siempre, hasta los que no tienen un hogar al que ir están en sus respectivos bancos escuchando esos transistores tan tristes. Todos los días lo mismo, pero hoy estás solo. Más si cabe. Y la garganta atravesada no te deja pensar otra cosa que no sea la pena de esta existencia que hoy es tan triste. Lo que pensabas ayer ya no te vale, ya no te es suficiente. Y no ha pasado nada, eso lo sabes, nada importante al menos. Nada. Solo es un día igual que el lunes de la semana pasada o a aquel primer martes de octubre. Solo ha variado una mínima cosa, una pequeñísima, hoy sabes que estás solo.
Azul Tokio
viernes, 25 de octubre de 2024
domingo, 6 de octubre de 2024
Las vías del tranvía
En una especie de bruma, no era tristeza. No, no
lo era. Era como una nada, un espacio vacío en el que no hubiera nada por delante.
En mi casa, de pequeño, no había discos de Billie Holiday. No sabía ni quién
era Billie. Creía, incluso, que era un hombre, tipo Presley, Diamond o Dylan. Que
era uno de esos, que escuchaban los ricos. Tampoco había novelas de Capote o Hemingway.
Y eso era lo normal en mi casa y también en la de Miguel, Alfredo y Josito. En la
de todos. Eran hogares más proclives a los gritos, a las peleas, a los
portazos, a los garbanzos de agosto y las naranjas en diciembre. La ventana del
baño se rompió y no hubo repuesto. Así todo. Las películas, las canciones y
hasta los libros estaban en la televisión. En aquel botón rojo de la Saba… Y hoy
tengo un montón de libros en la estantería, libros que ya no releo. Discos,
pocos. Sigo sin saber nada de Pink Floyd. La philips encendida veinticuatro,
siete. He dejado de creer en las cosas. Como si mientras unos viven una o dos
vidas, yo no encuentro la mía. Como si las vías del tranvía ya no me llevaran a
ningún sitio. Diagnóstico: la tristeza; tratamiento: quién sabe. Está todo tras
el cristal, pero el miedo a cruzarlo me paraliza. Como si no hubiera dicho
nunca una verdad, como si temiera que me señalaran, que les diera pena. Oigo sus
palabras de compasión, me duele su lástima. Y hay voces que tratan de
rescatarme, pero no las escucho. No las creo, no confío en ellas, ya no…
Ahora o nunca, de La Casa Azul y Solea Morente
lunes, 12 de agosto de 2024
Una idea genial
Tuve una idea genial. Era sobre la conciencia de
clase. Sobre los ricos y los pobres. Sobre el reparto de la riqueza. Era genial,
la idea. La tuve andando por la rambla. No recuerdo muy bien en qué diablos
estaba pensando, pero de repente comencé a hilar ideas, pensamientos. En mi
cabeza sonaban bien. Al final los de abajo siempre están abajo, por mucho que
mientan los de arriba. No tenía para anotar. Cuando tuve la idea, no tenía un
maldito papel para anotar y en el teléfono es una odisea. Odisea porque luego
no recuerdo dónde las guardé. Recuerdo exactamente el lugar donde tuve la idea.
Junto a un cartelón que ponía “porque somos de aquí”. Y de ahí fui enlazando
una cosa y otra y luego se esfumaron todas. Ahora ya no tengo nada…
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