viernes, 26 de agosto de 2011

El refugio donde atracar

De tanto preocuparse por el futuro se había olvidado de vivir el presente. Su buen aspecto evitaba que los viandantes acertaran su edad. Aparentaba cuatro o cinco menos, su sonrisa y sus ojos, siempre diáfanos, le ayudaban. Incluso, a veces no le llamaban caballero en la cola de la panadería, hecho este que le ponía harto contento. “Dos barras de pan y 300 gramos de magdalenas”, respondía alegremente. Pero el caso es que de un tiempo para acá las piernas ya no le iban como antes, que comenzaba a tener algo de barriga y que la vista se le cansaba todos los martes a eso de las tres. Lo peor eran las madrugadas, despertarse solo, con el pecho agitado y las ideas vivas martirizándolo. Al volver a casa por las tardes, tras trabajar diez horas seguidas, no hallaba a quién contarle que había recibido una llamada incómoda o que los de personal querían comenzar con los recortes el próximo mes. Mari la de la quinta planta había dado a luz y Bartolo seguía a lo suyo sin saber lo que es compartir… En su cocina no había nadie y las tostadas se las comía siempre solo. Encendía la tele, que le daba compañía, o leía a Isabel Allende para viajar a otras pasiones. Ojalá tuviera un refugio en el que atracar los jueves cuando la semana se le ponía cuesta arriba o los domingos por la tarde cuando no había nada que hacer, salvo esperar al lunes. “Ojalá”, se repetía hasta que el sueño le volvía a vencer y abatido soñaba con las caras que seguro llegarán. Algún día lo harán, sonreía ilusionado…


Pdt. Algunas estrofas de 'La nieve y yo' de Marisol me parecen increíbles... Un abrazo.

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