De tanto preocuparse por el futuro se había olvidado de vivir el presente. Su buen aspecto evitaba que los viandantes acertaran su edad. Aparentaba cuatro o cinco menos, su sonrisa y sus ojos, siempre diáfanos, le ayudaban. Incluso, a veces no le llamaban caballero en la cola de la panadería, hecho este que le ponía harto contento. “Dos barras de pan y 300 gramos de magdalenas”, respondía alegremente. Pero el caso es que de un tiempo para acá las piernas ya no le iban como antes, que comenzaba a tener algo de barriga y que la vista se le cansaba todos los martes a eso de las tres. Lo peor eran las madrugadas, despertarse solo, con el pecho agitado y las ideas vivas martirizándolo. Al volver a casa por las tardes, tras trabajar diez horas seguidas, no hallaba a quién contarle que había recibido una llamada incómoda o que los de personal querían comenzar con los recortes el próximo mes. Mari la de la quinta planta había dado a luz y Bartolo seguía a lo suyo sin saber lo que es compartir… En su cocina no había nadie y las tostadas se las comía siempre solo. Encendía la tele, que le daba compañía, o leía a Isabel Allende para viajar a otras pasiones. Ojalá tuviera un refugio en el que atracar los jueves cuando la semana se le ponía cuesta arriba o los domingos por la tarde cuando no había nada que hacer, salvo esperar al lunes. “Ojalá”, se repetía hasta que el sueño le volvía a vencer y abatido soñaba con las caras que seguro llegarán. Algún día lo harán, sonreía ilusionado…
Pdt. Algunas estrofas de 'La nieve y yo' de Marisol me parecen increíbles... Un abrazo.
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