Las lagartijas han andado sueltas. Aprovechando la luz del sol. Entre las rendijas y colándose por debajo de las puertas. Este lunes a mi salón sólo ha entrado una. Era pequeña y de rabo saltarín. Caminaba como un pato mareado, se dio una vuelta corta, llegó a la cocina y abandonó el barco antes de la batalla. Fue entonces cuando caí en la cuenta de que debería tomar algo. Abrí la nevera y oteé decepcionado el horizonte, sin nada que atrapar. Miré de reojo el cartón de leche. Dudé del número exacto de los días que ha estado conmigo y opté por dejarlo en el mismo lugar donde ha descansado el último año. En la repisa no había nada salado y en la despensa ya no quedaban dulces. En esto, la lagartija dio un portazo y me imaginé en mitad de un banquete romano. Con uvas, calamares y champiñones rebozados. También había chicharrones y queso blanco. Lapas crudas y fresas de temporada. Después llegó tu voz y las ganas de estar contigo. Y me sentí almorzado. Como si las horas no pasasen, como si no hubiera tragedias en el mundo, ni listas de espera en Canarias. A la lagartija le dio por regresar buscando guerra y no atiné con la escoba para ahuyentarla. Esta vez se quedó un buen rato y al final me dio por reírme. Después leí un rato la transcripción de nuestra última conversación. Sí, esa que redacté cuando me enamoré de ti; y el sol se puso. Los minutos avanzaron y los coches dejaron de andar para irse a acostar. Esperé al sol y cuando llegó ya no quedaban lagartijas en las calles. Mi nevera seguía atrapada en la escasez y yo decidí en ese instante no comer nunca más, saciado como estoy por tu recuerdo.
Pdt. La entrada de hoy es diferente al resto. Es estrictamente para las personas que se pasean por este territorio, a veces desolado, y que deciden quedarse. Es sólo para ellos y es mi forma de darles las gracias porque estar por aquí. Para acompañar, 'Buscando el sol' de El Pescao.
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