La mesa estaba llena de papeles que nunca releería. La tele estaba puesta en el canal de las telenovelas, pero ya hacía tiempo que nadie la veía. En lo alto del armario no había nada y en uno de sus estantes los libros se apilaban sin orden. Uno de Jane Austen, otro de García Márquez y uno de los primeros de Ray Loriga. Por la rendija de la ventana, entre las cortinas, se atisbaba un cristal lleno de tierra y tras él el implacable sol del verano. Todo estaba así desde que B se fue, aunque no hubiese vivido allí nunca. Se fue definitivamente un 28 de junio, aunque algún día después visitó el viejo pisito para ver cómo iba todo desde su marcha. Para decir lo que hasta entonces no había dicho, aunque al final no pronunciara palabra alguna. A NM le tocó pagar el alquiler, juntarlo todo en cajas y emprender una mudanza que no sabe si acabará algún día. Llegó al apartamento nuevo el 1 de agosto, procuró desempaquetar lo imprescindible para sobrevivir a este lado del barranco y el resto lo dejó apilado en un cuarto al que nunca limpia el polvo. De B poco sabe ahora. A veces lo ve, pero no se atreve a decirle nada. Quizá ahora no tenga sentido, cree. Igual que poco sentido tiene hacer la cama para volver a dormir al rato. Se prometió que algún día ordenaría un poco el cuarto, pero hasta entonces quiso seguir pensando en lo bonito que sería pasear con B por un prado lleno de hierbas verdes.
Pdt. Ironías del destino, hoy 'El artista alambre' de Amaral.
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