Jeremie salió corriendo, justo después de abrir los ojos. Lo hacía a
tanta velocidad que parecía que todo lo demás se había detenido a su alrededor.
Nada importaba ya. Avanzaba por las calles esquivando obstáculos y peligros. Los
primeros rayos de sol le deslumbraban un poco y atajó por el callejón de la
gata roja. Allí sólo el lupanar de la Loli permanecía abierto, sus chicas
seguían esperando la recuperación de la crisis sentadas en butacas de mimbre al
borde del abismo. Jeremie no se detuvo y al doblar la esquina oyó los cantos de
sirena, pero esta vez no le vencieron, sabía donde iba. Al llegar a la
panadería Sin Azúcar olió el aroma de los dulces recién hechos y un reclamo de
su estómago le hizo dudar, pero no llevaba nada suelto en los bolsillos. Continuó
su andadura y tampoco hizo caso a los improperios de los ladrones que
preparaban su próximo golpe en el banco de la placita. Por fin llegó a su
destino. Subió aquella escalera estrecha, de altos escalones y cobijo de
cucarachas. Tocó en el cuarto y al abrirse la puerta y ver aquellos ojos verdes
pudo sentir que estaba a salvo. Jeremie se lanzó a por un abrazo y descansó
libre de los miedos de la noche.
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