sábado, 13 de octubre de 2012
X
Y al final del camino X se encontró con un perqueño tesoro. Una pequeña
petunia, delicada y azul, como el cielo de abril. Sin que nadie se diese cuenta
se la llevó a casa y la colocó en un rincón protegido de todo mal y donde el
sol acariciaba lo justo para que la vida no se desvaneciese entre sus dedos. Comenzaron
a pasar los días, despacio, pero sin descanso. La pequeña flor comenzó a coger
fuerza. Cada día un poquito más hasta que las moscas empezaron a susurrarle que
era adulta, que ya estaba lista para vivir. Una noche decidió dar el paso y se
marchó, lenta, quedándose con los detalles, memorizándolos… Y X se quedó solo.
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