Los
días se sucedían sin demasiado acierto. Ella y su canario se pasaban las tardes
asomadas en el balcón, esperando la fresca que no terminaba de llegar. Hacía días
que no se encontraba, que todo la exasperaba. Debían ser cosas del verano, se
dijo sin darle mayor importancia. El caso es que temía que el arroz se le
pasase y que su pequeño mundo se le desmoronase ante sus narices. Perdía el
control con demasiada facilidad y hasta la vecina del quinto le había insinuado
que estaba en edad de merecer, que para cuando un marido. Le aburrían, la del
quinto y todas las demás, esas que se aburren y no tenían otra cosa que hacer
más que meterse en su mundo. Estaba sola con su canario, que apenas cantaba. Su
piar era débil y timorato. Quizá tampoco fuese feliz...
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