Después del día cae
la noche implacable. Escondido tras su ventana ojeó las luces de la sucursal
bancaria que habita debajo de su casa y los otros portales, siempre vacíos. No
vio a nadie, quizá se hayan ido lejos, a un sitio donde toque bailar o
simplemente maquillar las tristezas de este mundo. Los gritos de don Lucas,
enfermo y encamado desde hace años, le arrullaban en sus peores momentos. Y no
sabía qué le tocaba hacer ahora. No tenía sueño y no quería sentirse triste. No
quería, no lo quería con todas sus fuerzas, pero no podía evitarlo. Simplemente
se encogía de hombros y se mantenía suspendido en el aire. Tenía tanto miedo
a no poder con el amanecer, que inmovilizado sólo dejaba que las horas pasasen,
una tras otra. Miraba sin aire al techo buscando luz, pero todo estaba a
oscuras y sabía que todo pasaría, que el sol regresaría más pronto que tarde,
aunque ahora tuviese los pies fríos. Demasiado fríos, congelados de pena. Volvió
a mirar por la ventana para no echar de menos a los que se habían ido justo
cuando el barco comenzó a hundirse. Los apestados no tienen salvación, se dijo
y comenzó a llorar recordando los buenos momentos, las risas, el sol... A veces
sabía que debía rebelarse, que no está bien eso de mendigar afectos, pero la
soledad golpea fuerte y lo asfixia todo. Era yermo. Algún día comenzaría a
caminar, se prometió.
'Caminar', de Dani Martín
2 comentarios:
Me ha gustado mucho el texto, ¡y la foto! ¡Qué chico tan guapo!(comentario total de madurita majara)Besos
Jejeje Estas son las pequeñas cosas que nos hacen sentir bien, así que más majaras y menos tristezas! Un abrazo fuerte ;)
Publicar un comentario