Siempre
quiso llamarse Lilibeth, desde pequeño. Nunca supo muy bien la razón, pero
desde que recordaba vivió con aquel extraño anhelo. Por eso, cuando le
preguntaban cómo se llamaba decía alto y claro: Lilí. Y aquella última i con
tilde se quedaba en el aire envuelta en una nebulosa sonriente. Algunos le
miraban extrañados, otros disimulaban y los menos le pedían un té caliente.
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