Una vez más parecía que el
tiempo se había vuelto loco, en pleno invierno el bochorno asaltaba todas las
diligencias del camino y ahora, que tocaba el tiempo de calor, la niebla y el
frío no se decidían a marcharse. Los más sofisticados aludían al cambio
climático, los menos al fin del mundo. Lo cierto es que tanto unos como otros
no paraban de hablar un día tras otro de lo mismo. Y mientras esto sucedía, Tareq
sólo pensaba en sus ojos, en su vida. Había dedicado todo su tiempo al futuro,
a conformar una familia, a ser una buena persona y no podía engañarse: no lo
había conseguido. No tenía nada. Todo se le había quebrado justo el día en que
Ada comenzó a decirle que no le quería. Las noticias hablaban de que algunos
aviones no habían podido despegar aquella triste mañana de julio. Recordó las
travesías en barco, las carreteras llenas de curvas y también los besos robados. Lo
retenía todo en su memoria, ya hiciese viento o calima. Desgastado por el paso
de los días, quería decirse que bastaba ya, pero la tristeza alcanzaba cotas
insospechadas. Sentía su corazón roto palpitando a duras penas en su pecho. Había querido tanto que, sin Aya, no le
salía a cuenta seguir vivo. Tal vez él -al igual que el tiempo- también se
había vuelto loco. Tal vez.
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