Hacía calor, los veranos eran sol, verodes y lagartos con gafas de sol. A las dos cogíamos la guagua y nos bañábamos hasta que el horizonte se apagaba irremediablemente. Daba igual que cayesen tres gotas o la panza de burro se quedara. También había cancha, partidos de baloncesto y torneos de fútbol. Los pequeños los veíamos todos desde la grada, no había horarios, ni tampoco mañanas. Todo pasaba hoy. Llegaban los veraneantes, era eso quizá lo único que nos daba aliento para seguir vivos entre tanto detenimiento, que nos azuzaran con sus novedades maravillosas sobre mundos lejanos. Escuchábamos atentos qué era eso de los juegos de rol, también sabíamos de las maquinitas de los recreativos y cómo se las gastaban las chicas de la ciudad. ¡Ay esas películas contadas, que nunca se estrenarían en nuestro cine! Y la guinda a ese pastel, las fiestas del barrio al final del verano. Unos días antes montaban los kioscos y era una maravilla contarlos, tres, seis, hasta doce llegó a haber un año. Había que estar el día infantil, también en las carreras de caballos y en el baile típico. Los bocadillos de carne, la tómbola y los cuadros plásticos a San Pío. No se me olvida aquel cielo estrellado de verano, la orquesta tocando la lambada y Gloria, rubia y recién llegada de Tomecano, bailando conmigo…
Pdt. Polémicas aparte, para mí 'la Lambada' es aquella canción del grupo Kaoma de 1989. Tuvo también película. En realidad, la canción se llamaba "Chorando se foi".
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