En este
cuento no soy el bueno. Solo soy el que no tiene la razón de la ecuación. Y por
eso el estómago se me encoge por dentro. A veces es media tarde, todo ha ido
bien y de pronto toda la culpa se me posa sin querer sobre los hombros. Haciendo
presión. Cierro los ojos y procuro no mirar hacia el ventanal. Me voy haciendo
chico, cada vez más pequeño y más oscuro. Y ha pasado demasiado tiempo y sí que
me gustaría que la pena cesara, que algún día esta condena expire… ¿Cómo se
vive con las equivocaciones atravesadas en el pecho? Los errores se nos
instalan en el fondo de la espalda y unas veces no nos dejan avanzar, otras
respirar y casi siempre nos hacen más pesado el día a día. Hoy había sido un
día tranquilo, casi que hasta bueno. Pero en esta historia, la mía, soy el
malo. Aunque todos digan lo contrario. El que se equivocó soy yo, el que no
tuvo arrestos para detener el barco y decir hasta aquí hemos llegado. Y, a
veces, se me nublan los ojos porque sé que está tristeza ya me va a acompañar
siempre y no sé cómo hacer para deshacer lo malo. Para volver atrás. Con las
puestas de sol me rindo, porque sé que mañana siempre será otro día, que habrá
nuevas tormentas y también olas de calor, de las que no te dejan respirar y que
son el auténtico infierno en la tierra. Así que solo me queda arroparme con la
soledad y sin pudor abandonarme a lo que está por venir…
Tramuntana, de Guitarricadelafuente
No hay comentarios:
Publicar un comentario