lunes, 5 de abril de 2010
No te quiero
La niña de las coletas naranja se asomó un martes por la tarde al balcón. Allí con los pies colgando comenzó a inventarse una historia para no escuchar los gritos que se oían desde el salón. Con los dedos timoratos dibujó en el aire una cigarra. No tenía nombre, sólo un destino. Esa tarde había terminado su tarea y echó a andar por un pedregal. Andaba, pensando en las musarañas, acariciando flores rojas. Las que aparecen en los senderos que no llevan a ninguna parte. Al girar la última curva antes del estanque y huyendo de la abeja Margarita se coló en casa de la adivina Pastora. La zahorina no le pidió monedas para desmenuzarle el futuro. Lo que para muchos es la buenaventura. Te encontrarás pronto con un Fulelé rojo. Divertido. Único. Te enamorarás de su sonrisa traviesa. Lo verás pasar cada tarde y su recuerdo acunará tus sueños. Pero no lo vas a poder tocar, ni acariciar porque tu destino en esta vida no es otro que el de contarle a la gente cómo se siente uno cuando bajo el cielo color azul tokio cae en la cuenta de qué es el desamor. Aturdida, la cigarra salió de la choza y prosiguió su camino. No vio el estanque, ni tampoco los árboles sin hojas. Caminó y caminó hasta que la noche le impidió seguir avanzando. Desconocía las señales del sendero y no atinaba a encender la luz. Se sentó en una piedra esperando a que alguien la llevara de regreso a casa. Un carromato de gitanos le hizo el favor. No estaba muy lejos del punto de partida. Fue justo antes de abrir la puerta de su casa cuando para despedirse de sus salvadores vio pasar al extraño Fulelé. El corazón se le llenó de alegría. Fueron unos segundos interminables. Más valiosos que cualquier tesoro, la pena es que a partir de ese instante comenzó a sentir lo devastador que puede llegar a ser que alguien te diga: No te quiero.
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