Se levantó aquella mañana de febrero confiado en que todo continuaría igual. Un poco harto de la vida, pero con hambre. Se fue directo a la nevera y pensó que no podría vivir sin agua, ni tampoco sin el olor de la leche caliente con gofio. Después una ducha rápida, un visto y no visto escapando del maldito espejo. La mañana fue tranquila, sin sobresaltos. Unas veces sonó el teléfono y otras la impresora. Para comer tocó pasta, sin estridencias. Ocupó la tarde en preparar la noche, pero sabiendo que no sería distinta a las demás y que lo que tenía era lo que iba a tener por los siglos de los siglos. Una llamada de última hora hizo que todo fuese igual que siempre. Anduvo por las calles, bebió ron y apenas escuchó la música que retumbaba en todas las esquinas de una ciudad sitiada por el carnaval. Y cuando ya daba todo por finiquitado apareció él, Jan, con sus ojos y sus maneras bruscas. Se miraron y enfadado pensó en que no iba a mover un ápice para acercarse, no quería más derrotas. Pero Jan no caviló igual, lo buscó para quedarse junto a él. Le bailó, le sonrió y una vez bajada la guardia le robó un beso. Los esquemas se le rompieron, también las malas ideas y la mayoría de las tristezas. Se dejó llevar sabiendo que el elegido por fin era Jan y con esta certeza el destino jugó con los ojos cerrados a que todo saliera bien…
3 comentarios:
tu relato realmente atrapa, parecen líneas de un gran guión que invitan al lector a imaginar cada detalle. Realmente bueno.Saludos
Muchas gracias Renato por tus palabras. La imaginación es fundamental para seguir... Un abrazo
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