El mar les quedaba a la izquierda y las rocas siempre a la derecha. Seguían los pasos de otros que por allí habían caminado antes, sin sendero, pero con un destino claro. El capitán avanzaba decidido y el grumete trataba de no perder su rastro. La batalla estaba siendo más complicada de lo esperado. En uno de los descansos del recorrido se miraron y a pesar de los reproches del capitán, el grumete se encogió de hombros, esbozó una leve sonrisa y le estampó: Que nunca se le olvide, yo no soy el enemigo.
'Contradicciones', de Marta Sánchez
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