Salió presto, iba demasiado
enfadado porque, caprichoso, consideraba que aquel marrón no le debía tocar a
él. Se plantó frente a los micrófonos y trató de ser serio, claro y
contundente. Hubo pocas preguntas, su tono las impedía. Salió victorioso del
trance, había hecho un pronunciamiento oficial y había desviado la atención. Trabajo
hecho, pensó. Aquello no le pasaría factura, aunque no hubiera pedido perdón,
ni hubiera condenado los hechos. Todos sabían que él no había sido, mantenía. Quiso
hacer borrón y cuenta nueva y casi todos se lo permitieron, pero nosotros
sabemos que no, que su antecesor, el que le había puesto allí, era un ladrón,
que no pudo robar más, que era un delincuente. Sí, todos lo sabíamos, aunque,
como él, aparentásemos que dábamos el asunto por zanjado.
Your cheatin' heart, de Patsy Cline.
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