Eran respetables. Sí, lo eran. O al menos eso decían
de sí mismos. Tenían las ideas claras y sus principios eran los del orden
establecido. Defendían las tradiciones, que las cosas continuasen tal y como
estaban. Les había ido bastante bien así, siempre a la sombra que más refresca.
Cerrando los ojos y poniendo la mano, siempre poniendo la mano. Pero en la vida
no hay nada eterno y de buenas a primeras todo cambió. Los que estaban al mando
se fueron y vinieron otros. Esos descastados y, por qué no decirlo, un poco
usurpadores, decían. No tienen derecho. Así zanjaban todas sus conversaciones
sobre los nuevos. Pero con el pasar de los días caes en que nada es para
siempre. Y al nuevo comandante le tocó pasar revista. Todos los respetables se
alinearon, lejos de mantener las formas hicieron lo que les tocaba, defender
sus ideas. Y vaya que lo hicieron: Le dieron la mejor bienvenida, lo adularon
hasta la extenuación y estuvieron revoloteando a su alrededor hasta que se fue.
A su marcha, la chacha tuvo que pasar la fregona por las babas. Esa espuma blancuzca
si no se limpia al momento se reseca y luego queda marca… ¡Aquí paz y en el
cielo gloria!
Pdt. Así veo yo el cambio de régimen...
El ministro llegó tarde, como unos cuarenta minutos después
de lo anunciado. Lo esperaba una pequeña multitud. Queríamos saber lo que nos
tenía que decir sobre nuestra vida. Acompañado de un joven apuesto que lo
guiaba entre los recovecos del camino y dos guardianes con cara de malas
pulgas, llegó sonriente, amable y comenzó a responder cuestiones básicas. Pero al
rato, el ministro fue ministro y su gesto se incomodó. No estaba dispuesto a
más, a que cruzásemos el río de los masajes para llegar a otros territorios más
incómodos. ¿Usted es periodista? ¿Sabe usted más que yo? Yo sí sé lo que usted
sabe… Ay, el ministro…
Agua, de Manolo García y Elefantes.
La vida y sus golpes. Qué hubiera pasado si todo
hubiese sido distinto; eso ya no lo sabremos nunca. Y nos tuvimos que
acostumbrar a que la vida no iba a ser como habíamos soñado. Aceptarlo. Y tanto
que no lo fue. Y ahora rezo algunas mañanas para que todo te salga bien, para
que estés bien y que todo vuelva a ser como es. Tú en tu pequeño mundo de
éxitos aparentes y yo, lejos, respirando y viviendo, que no es poco. ¡Vuelve,
despierta!
Pd. Éste es uno de las entradas que menos me ha costado escribir, aunque su origen haya sido fruto de un mazazo tan brutal como inesperado.
El paso del tiempo a veces es injusto. Solo deja en el
recuerdo pequeñas aristas, que tal vez no fueron las importantes. Pero ahí
están, siguen como si nada, pudiendo con todo lo demás. Y al mismo tiempo el
paso de los días se olvida tantas palabras, tantos dolores, de la vida… Nos
empeñamos en retener tantas cosas, esas que poco importan ya, con esas fotos
que nunca volvemos a ver o con las palabras escritas en las agendas que solo
sirven para cobijar al polvo de las mañanas. Echamos la vida atrás intentando
buscar un resquicio de felicidad, sin ser del todo conscientes que de eso ya se
encarga nuestra mente, incapaz de no amansar nuestras pesadillas. A todo le da
ese barniz de normalidad, de serenidad. Y aunque todo esto sea así, seguimos
empeñados en atrapar lo bueno y también lo malo porque al final olvidar es lo
único que nos mata…
Y allí estaba ella, sola, pastando. Como si nada le
importara, como si la vida no fuera con ella. Y la envidió. Quiso ser como
ella, no tener que ocuparse de nada, solo de que pasen los días. De vez en
cuando se espantaba las moscas con el rabo y mugía. Solo eso. Ella en cambio no
podía con su día a día, con su jefe, con su pareja, con las pequeñas cosas que
nos hacen insoportable la vida. Y fue ahí, justo cuando cayó en eso y se
dejó de ir. Comenzó a llorar y ya no paró más, nunca más.
Pd. Esta versión va que ni que pintada para este lunes...
La niña bonita se alimentaba de hombres. Era alta,
tanto que en alguna noche de marcha le habían preguntado si en realidad era un
maromo. Risas fue lo único que les dijo. Le gustaba el taconazo, aunque lo que
realmente la encandilaba eran las gafas de sol. Las llevaba siempre a juego con
sus braguitas, pero eso solo unos cuantos afortunados lo sabían. Su tema favorito
era hablar de sí misma. Y en éstas estaba cuando un se puso tetas. Quería aumentar
solo un par de tallas y a su especialista la idea le cuadró sobre todo porque
se las iba a pagar a tocateja. De paso le recomendó ponerse pestañas, moldearse
los pómulos y también iniciar sus trabajos en caderas, barriga y culete. En fin,
que en poco tiempo pasó de niña bonita a cíborg. Los tíos flipaban con ella y
ella seguía respondiéndoles a todos y a todo con risas…
Pd. Cuatro de julio y sumando...