En una especie de bruma, no era tristeza. No, no
lo era. Era como una nada, un espacio vacío en el que no hubiera nada por delante.
En mi casa, de pequeño, no había discos de Billie Holiday. No sabía ni quién
era Billie. Creía, incluso, que era un hombre, tipo Presley, Diamond o Dylan. Que
era uno de esos, que escuchaban los ricos. Tampoco había novelas de Capote o Hemingway.
Y eso era lo normal en mi casa y también en la de Miguel, Alfredo y Josito. En la
de todos. Eran hogares más proclives a los gritos, a las peleas, a los
portazos, a los garbanzos de agosto y las naranjas en diciembre. La ventana del
baño se rompió y no hubo repuesto. Así todo. Las películas, las canciones y
hasta los libros estaban en la televisión. En aquel botón rojo de la Saba… Y hoy
tengo un montón de libros en la estantería, libros que ya no releo. Discos,
pocos. Sigo sin saber nada de Pink Floyd. La philips encendida veinticuatro,
siete. He dejado de creer en las cosas. Como si mientras unos viven una o dos
vidas, yo no encuentro la mía. Como si las vías del tranvía ya no me llevaran a
ningún sitio. Diagnóstico: la tristeza; tratamiento: quién sabe. Está todo tras
el cristal, pero el miedo a cruzarlo me paraliza. Como si no hubiera dicho
nunca una verdad, como si temiera que me señalaran, que les diera pena. Oigo sus
palabras de compasión, me duele su lástima. Y hay voces que tratan de
rescatarme, pero no las escucho. No las creo, no confío en ellas, ya no…
Ahora o nunca, de La Casa Azul y Solea Morente
No hay comentarios:
Publicar un comentario