Hoy me he detenido ante los ojos de un niño. Eran verdes y grandes. Lo miraban todo. Tendría unos seis años. Descubriendo el mundo. Ese que a veces me asusta un poco. Aunque el miedo sólo aparece a ratos y cada vez con menor frecuencia. Suele ser cuando todo se detiene. Cuando la vida no avanza y yo empujo y empujo, pero no logro que se mueva, que se destrabe. Desengancharlo porque se ha atascado. Compruebo las pilas y los cables, y al final dejo que mis brazos se caigan rendidos porque no sé que diablos pasa. No funciona, esto no anda. Esos momentos suelen estar adornados con canciones tristes. De esas que me atormentan al tiempo que me adormecen en mitad de una niebla espesa. Pero los ojos del niño eran alegres. Mucho. Expectantes ante lo bueno que está por venir y aquí me acuerdo de Hernández y que siempre me recomendaba andar hacia la luz. El sol me achicharra y su claridad diáfana lo cubre todo, pero yo no sé donde está esa luz a la que él se refiere. ¿Tal vez esté dentro de mí? Y detesto no saber la respuesta correcta pues sé que en este test -el de la vida- no las hay. Todas valen y me marea tal posibilidad. Después descanso y me despierto a los cuarenta minutos escasos. Tengo la boca seca, el deseo alborotado y la mente estable. Preparado para una nueva batalla. Breve, pero vital, como todas las anteriores. Venzo, pero triste. Y me tumbo en mi nuevo sofá fatigado y me abrazo a la almohada procurando que me defienda de todos mis males. No le apetece y descubro la soledad, pero esta vez no me gana porque en la batalla breve y no definitiva me he impuesto yo con la única arma que tengo, la verdad.
Pdt. El mundo de A es B, pero B está en otra realidad. Una diferente a la de A y por lo tanto inalcanzable... Y B guarda silencio. Esta canción bien podría decorar esta historia.
http://es.youtube.com/watch?v=QlloJx61byo&feature=related
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