http://www.youtube.com/watch?v=Ktsm_VYW0W8
Pdt. La cuaresma va ganando la partida poco a poco... Por eso hoy toca ¡Cuánta vida! de Pastora.
Y se hizo la luz. Entre la multitud pocas caras conocidas. Son malas personas, me advirtieron aunque yo ya eso lo sabía. Confía en mí, pensé sin decir nada y anduve solo hacia mi casa. Con una canción entre los labios rojo putón. Sin tacones y con una carrera en mis medias. La melodía retumbaba en mis oídos a cada paso que me alejaba de la plaza de Europa. Las pelucas se quedaban atrás y yo –con la señal de los perdedores grabada en mis rodillas- sólo buscaba una guagua que me colocase en mi lugar del mundo. El balance de la batalla fue favorable. Sólo nos faltó rematar. Cejé en mi empeño. La conversación llego luego. No sé cuantos años tendría, pero pocos. Una semana para dieciocho, creo que me dijo. Era aficionado al Tete. Tuvo una novia, pero su suegro la separó de él. Cosas de familia. Nacionalista y de esos que llevan en el móvil las siete estrellas verdes. Iba disfrazado. Como ensangrentado. Rociándose un líquido rojo por el cuerpo. Se había pasado un buen rato por la carpa donde pinchaban djs del mundo. Yo no pude. Parecía buen chico. Chico de barrio.
Cuestión de dedos. Extraños, divertidos y juguetones. También de miradas. Traviesas y limpias. Mirando el reloj con un poco de hartazgo. Los segundos avanzan sin destino claro. El sol calienta mi piel. La nueva, que no me ha salido nada barata, por cierto. Ojeo el horizonte y me tropiezo con los azulejos de enfrente. Los acaricio como si fuese la primera vez que los veo, aunque siempre hayan estado ahí. Toqueteo sus ranuras y el tintineo de unas llaves me aleja de ellos. La televisión se escucha a lo lejos, igual que el jaleo de la calle. ¿Dónde está la música? En tus bolsillos, no. Tampoco en los míos. No tengo. Estoy desnudo. Contemplando mis nuevos lunares. Y mi barriga. Sobre el asfalto seco, tras una noche sin rocío, ni sereno. Me divierten mis nuevos calcetines porque sé que cuando me enamoro pierdo las bragas...
De negro. Como una viuda que lo ha perdido todo. Así arrancan unos días extraños. Mojados y fríos. Profundamente helados. Alejados del mundanal ruido y vacíos de contenido. Después el Carnaval saldrá a la calle o eso dicen. Sí o sí...
No sé si es lunes, martes o miércoles... Eso hoy da un poco igual porque es 17 de febrero...
Los contendientes medievales, a caballo y con lanza, se preparan para la justa. Es el torneo más importante del año. En las gradas los reyes, jueces y las damas de honor se sientan en sus poltronas y esperan a que suenen, de nuevo, las trompetas para que el espectáculo dé comienzo. En juego, una sonrisa. La mía. En cada extremo del recinto acotado los dos caballeros. Alegría contra Miedo, ambos jinetes expertos en estas lides. El ganador se lo llevará todo...
Hay puertas que abren y otras que se cierran. Estos días me he dado cuenta de que alguna de las mías está cerrada a cal y canto. He intentado buscar las llaves, pero he desistido. También he tapado las rendijas para que tampoco entren destellos de luz. Con el paso del tiempo han dejado de tocar el timbre y la tranquilidad, esa que es pesada y que a veces desazona, se ha instalado. Miras por toda la habitación, debajo de la almohada y encima del armario, pero no hallas nada. Nada nuevo bajo el sol.
La realidad en ocasiones es cruel. Hay quién está hecho de ella. A veces mancillan las cosas que no son de este mundo, los sueños. Los colores inventados. Pero otras no. Devuelven a la vida a los que andan en las musarañas, jugando con mariposas extraviadas. A golpe de piel seca. El sonido con el que caen las hojas al mar se oye de repente y caes en la cuenta de lo que está pasando. Necesitas estirar las piernas. Apagar el teléfono. Tocarte la nuca y mirar. Delante unas canas. Escondidas entre una barba tímida. Quedan bien. Como si fuese lo más normal del mundo que estuviesen ahí, debajo de unos ojos azules. Abrigadas por un suéter azul y amarillo, custodiadas por unos tenis verde limón y montadas en una bicicleta, listas para huir finalmente a una playa que no es de verdad. Y el círculo vuelve a iniciarse.
A veces parece que dan igual todos tus esfuerzos. Nunca es suficiente. Siempre piden más, hasta que la cuerda se rompe por uno u otro lado. Eso le pasó hoy a mi lavadora. No quiso arrancar. Se lo pedí por favor, pero no me hizo caso. Destartalada y, ahora, llena de ropa sucia, con detergente, suavizante y sin electricidad. No anda... Lo intenté un par de veces. Estuve a punto de suplicarle, pero creí oportuno dejarla un rato a solas, hasta mañana. Que se lo piense bien... Tal vez este domingo se ponga a funcionar después de haber reflexionado un par de horas. En frío todo es distinto. No creo que sea justo que después de todos estos años de marejada juntos me deje en la estacada. Y más hoy, que hizo sol. A ver si mañana tengo más suerte...
Hay imágenes que te hacen detener. Permaneces unos segundos ante ellas y no sabes muy bien hacia dónde avanzar. Desconoces qué tienes que hacer. Descolocado. ¿A qué escondrijos te llevan? Y no hay respuestas. Un bigote extraño, unos ojos grandes y el pelo a lo Tintín... Todo está ante ti. Sin secretos, al descubierto y falta el por qué. Ya no hay razones. No hacen falta. Y sigues estancado en esa foto. Mirando las esquinas. Suplicando alguna luz. Pero caes en la cuenta. No todo tiene un por qué. Y la foto te devuelve al pasado, al presente y te deja a la intemperie en una de las cunetas del futuro. Todo da vueltas. Parece un sinsentido. Al final llega el momento en el que dejas todo a un lado. Pasas de la foto. La olvidas. Hasta que te topas con otra y vuelves a empezar. Hay cosas que no cambian nunca, como esos ojos azules que siempre te esperan en una de las nuevas cafeterías de Santa Cruz y que no se atreven a decir nada.
Sin decir nada. El de hoy ha sido un día en el que no he tenido grandes cosas que contar. Las horas han pasado sin pena ni gloria y eso que he estado colgado al teléfono todo el día. La tormenta me sorprendió por la tarde. De pronto. La lluvia golpeaba con rabia los cristales de la ventana y pensé en que un nuevo temporal era lo único que me faltaba este jueves. La cosa amainó, pero el viento siguió soplando con fuerza. A su aire. Tal vez por eso me he pasado el día respondiendo con silencios. Uno tras otro. Sólo miradas. No me apetecía hablar...
No queda más remedio, toca mirar para otro lado.