http://www.youtube.com/watch?v=viDQ0Ptz2l4
Pdt. Sin mucho más que decir, sólo que hoy toca 'Barco de papel' de Miss Caffeina...
Me acerco a una rosa, pero no huele a nada. Es de plástico. Igual que algunos besos y como todas las mentiras. Y caigo en la cuenta: Tengo el estómago encogido e intranquilo. Busco tus manos, pero no las hallo. El televisor, el mío, se ha quedado sin sonido y sólo veo a Carlos del Amor gesticulando y moviendo la boca mientras leo que comienza ‘Trasla2’. Los ruidos llegan de la calle. Un camión que busca aparcamiento mientras el aire de la noche mueve todas mis cortinas. Mi sofá, que se ha quedado frío. Y las galletas integrales que se caen cuando la cafetera comienza a humear. Descalzo, doy unos pasos. Llego hasta el espejo del pasillo, giro 180 grados y me miro. Desnudo. Se me notan los surcos de la piel. Me reconozco. Atentamente. Despacio. Llevo mis dedos hasta mi reflejo y todos comienzan a bailar. Retorciéndose. Lo sé. Me encuentro noche a noche, absolutamente solo, en el punto de partida...
La pesadumbre se amontona en el quicio de mi puerta. Hoy todos se han quejado de quienes cultivan esta finca de plátanos y eso me recuerda a una maleta de postguerra. A los que se fueron. Al otro lado del teléfono Antonia me dice que ‘esto’ le da asco y yo asiento porque aunque no precisa sé perfectamente a lo que se refiere. No lo hace porque, como todos, tiene el teléfono pinchado. No conviene que sepan más de lo que ya saben. Tras la charla me paso todo el día tras una noticia, que no puedo confirmar. Al final no me queda otra que colgar el teléfono, cerrar el chiringuito e intentar que mañana sea un día mejor.
Amenaza tormenta. Las nubes son grises y la tierra huele a tierra bajo mis pies. Las calles comienzan a vaciarse como siempre hacen los últimos días de verano. Nadie dice nada, salvo el pasado que sigue escupiendo mentiras. Al parecer no quiere abandonarme. Comienzan a caer las primeras gotas, que se confunden con mis lágrimas, las primeras del día. Miro el reloj de la mesilla de noche y marca una hora más. Me asomo descalzo al balcón y todo está en calma, en la calma que precede a la tempestad. A la mía, a la nuestra. Huyo. Una vez más. Me duele la cabeza, pero a esta hora ya las farmacias no sanan. Y todo pesa. Lo mío y lo tuyo, sobre mis hombros. Me visto de enfermera y atiendo al paciente de la 216. También canto en una calle junto al parque, entreteniendo a los turistas que miran extrañados el cielo gris plomo. Me da tiempo de preparar una sopa de picadillo rápida. Me la tomo, aunque no me gusta demasiado. No hay mensajes en mi bandeja de entrada, ni en el facebook, ni tampoco en el messenger. Es el momento antes del momento. No cabe duda. Ahora lo sé: amenaza tormenta.
Aparece de repente. Se esconde en una rendija, justo delante de un gran ventanal. En el lugar menos insospechado. A veces me asusta, es como si se tratase de unas tenazas que me aprisionan el intestino... No me deja pensar en nada, pero me suele dar por querer huir. Pero lo mejor es cuando se va. Lo suele hacer cuando se escucha una canción bonita. También cuando el cielo es azul. De cualquier tonalidad, pero azul. Siempre. Ahí es cuando incluso se me olvida su nombre. Es una sensación que se muere al contacto con la luz. Por eso cada vez la siento menos y es que ahora mi vida es diáfana...
Un lugar al que asirme mientras me tiemblan las rodillas. Un vendaval arrasa todo lo que hay tras mi espalda y temiendo convertirme en estatua de sal no miro hacia atrás. A lo que pasó. Busco un lugar en el que refugiarme. También me tiemblan las manos y mi boca se seca, cual erial. Sólo hay unos ojos ante mí que pestañean sin cesar. A ellos me aferro. Aire y vida. Oigo como el mundo se desploma, pero sigo agarrado y sin respirar. Me deja de latir el corazón y temo las sonrisas de los demonios del pasado, esas que se escuchan a lo lejos, junto al espejo de la entrada y la máquina de tabaco. Siento el silencio previo a la tormenta. Todo pasa. Han sido once segundos devastadores. Las botellas y las copas sobre la mesa se han disfrazado de añicos. El sonido ambiente regresa. Estoy vivo...
Hay cosas que tarde o temprano quedan claras. Como el agua o como los espejos limpios... Cristalinas. Silencios que lo dicen todo y aunque me haya propuesto decir las cosas por pequeñas que sean antes de que sea demasiado tarde para salvar lo nuestro en ocasiones tal vez no merezca la pena. Sí, hay cosas que tarde o temprano quedan absolutamente claras. Como que sigue habiendo cobardes o que me gustan los plátanos escachados con gofio y azúcar. Y me callo cosas y me arrodillo ante las mujeres valientes. Las que con su ejemplo me han enseñado a vivir en una vida de colores. Con mayúsculas. Ante las que a pesar de los golpes siguen siendo libres y caminan hacia adelante. Hacia la luz. Pasando la marejada. Doliéndose, pero con fuerza. Siendo intensas porque no sabrían respirar de otro modo. Viudas de la vida. Y esas que me rodean y de las que aprendo me devuelven la fuerza.
El de hoy ha sido un día triste. Tal vez demasiado. Las noticias se han sucedido una tras otra y cada una era peor que la anterior. Podría decir muchas cosas, pero lo único que me apetece es guardar silencio. Censurado. También mirar como pasan los segundos esperando a que el reloj se apiade de nosotros y logre que olvidemos rezar avemarías. Suena el teléfono y al otro lado sólo se oyen voces que, igual que yo, siguen catatónicas. Ando por una calle apesdumbrada y me extraño porque nadie a mi alrededor parece tener esperanzas...
Hay momentos en que todo deja de ser importante. El humo, los ruidos, los qué dirán... Todo deja de ser porque estoy a otra cosa, a una más digna y elevada. A unos ojos traviesos. Me cuentan cosas triviales, pero el reloj se me detuvo a las tres menos cuarto justo cuando el dueño de los ojos revoltosos comenzó a susurrarme al oído la lista de las cosas que nos quedan aún por hacer. Dejé entonces de mirar al de la esquina que bailaba con botas de punta marrón y respondo con desgana al joven borracho que me pregunta por dónde están las mujeres que el local está lleno de ellas y le señalo a una transexual que destaca sobre el resto con sujetador de encaje y larga melena rubia. Todo se ha detenido y a pesar de los pesares sólo pienso en una cosa: la primera persona del plural y en ropa de colores. De muchos. Y en mitad de mis elucubraciones regreso a los ojos y a las manos que acarician dedos al descuido. Suena Ana Gabriel y creo que las letras de sus canciones se me han vuelto a hacer realidad, pero ya he dejado de tener miedo. También he vuelto a comer y a ojear el andar del mundo. Tus ojos pícaros también vuelven a aparecer y confirmo que el resto ya ha dejado de ser importante.
Después de un año me han dado el alta. No ha sido fácil, pero tras mi tratamiento estoy totalmente feliz y satisfecho. Recuperado y sano. Me recetan sólo una cosa y acepto. A partir de ahora decido que 'si no hago algo es porque no quiero y por ninguna otra razón'. Dejaré de ponerme cortapisas y comienzo a desmitificar tonterías. Y eso es bueno porque quiere decir que comienza lo bueno y que desde hoy decido yo y me apetece hacer un montón de cosas...
Todos hablan una y otra vez de trincar. A todas horas y en todas las personas posibles: primera, segunda y tercera, tanto del singular como del plural. Y dudo del significado de la palabreja. Puede ser atar fuertemente o sujetar a alguien con los brazos o las manos como amarrándole. Tal vez sea apoderarse de alguien o con dificultad o incluso tomar para sí lo ajeno... No hallo la respuesta adecuada, ¿a qué se referirán cuando dicen que trincan?