Brazos, lenguas y dedos. Tímidos. Juntos. Revueltos. Suaves. Una canción bonita y la tibieza de las velas. Aparece el sol y el silencio. También tu sabor, nuevo. Me quedo ahí, junto a ti. Escondido. Recuerdo como hace unos días me pisabas los pies. Era al amanecer de un domingo cualquiera y no decías nada. Me mirabas quedo. Estabas ahí, con tus zapatos con rayas blancas encima de mis dedos y quise que aquello no terminase nunca. Como cuando subes en un ascensor y a lo lejos se ve toda la ciudad, más bonita que siempre. Recién descubierta. Ahora los segundos díscolos se divierten y sigo bajo tus manos que me acarician una y otra vez la nuca. Vuelven las lenguas y los dedos. Minan nuestros rincones y te respiro. Y me aprietas contra ti, devastando todas mis defensas. En un instante saltas el foso con cocodrilos y escalas la torturada muralla y, vencido, te aguardo en mis aposentos. Es la hora de la verdad y desmontas mis argumentos de paz. Me rebelo desde mi taburete, aunque sea ya tu prisionero de guerra. Busco un segundo de aire, pero luego rápido regreso al punto de partida y rezo para que sea como al principio. Necesito asirme a algo que me ayude a avanzar. Esposado descubro tus laberintos y también tus calabozos. Y a pesar de lo oído y de lo dicho sigo estando bajo los dictados de tus dientes que me alimentan a cada bocado, a cada embestida, a cada suspiro...
Pdt. Hay días que merecen ser vividos... Toca Jarabe de Palo y su 'agua'...