Había nacido un martes de carnaval y eso marcó indefectiblemente su vida. Siempre vivió con esa tristeza en los ojos que pedía a gritos que no llegase el miércoles de ceniza. Era el último estertor, ese que llega cuando ya estás cansado de las carcajadas y todo comienza a cambiar de sino. Creció bajo la creencia de que todo lo bueno termina yéndose y eso le impedía abandonarse a la vida, sin darse cuenta precisamente de que ése era el premio: estar vivo. Pero hay trazos en el destino que son ineludibles. Se había afanado en esconderse, lo había hecho siempre y para que las nubes de la cuaresma no le alcanzasen. No le parecía justo que sólo le tocase disfrutar un día de la fiesta, que por esas horas tuviese que abonar una cuaresma. Arrinconado en una esquina lo encontró GdN, con los ojos bien abiertos y demasiada sed en el alma. Sus miradas se cruzaron y ambos no pudieron sofocar las llamas. Fue él quien le invitó a saltar hacia adelante y en ese viaje descubrió que los martes de carnaval no son el final, sino el principio y que las historias diferentes nos hacen mejores.
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