Se oía una canción a lo lejos. La tarareaban un grupo de niños que
estaban jugando a la comba mientras esperaban la guagua, que puntual a su cita
llegó a los pocos minutos y partió rumbo al colegio. A los pequeños les quedaba
un largo trecho. Intentó recordar aquella maldita letra, pero sólo pudo
quedarse con la melodía, que le acompañaría el resto del día. Le martirizaba el
cerebro, pero no pudo deshacerse de ella. Pasaron unas cuantas horas y en cada
silencio ahí volvía a aparecer, de improviso, como los ladrones al descuido. Sólo
quienes lo han sufrido saben lo que es y no fue hasta que se despertó, al día
siguiente, cuando pudo identificar cada palabra. Fue una revelación, nada más
abrir los ojos, con una sorprendente lucidez apareció y la recitó a viva voz: Antón, Antón;
Antón Pirulero, cada cual, cada cual que atienda su juego, y el que no lo
atienda, pagará una prenda...
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