Necesitaba crear algo bello, destacar sobre el resto aunque sólo fuese
un instante. Lo necesitaba como el agua de los ríos exige llegar antes o
después al mar o como las golondrinas
huyen siempre del viento que amenaza desde este. Todos necesitan que les
quieran y él no iba a ser menos. Desde que recordaba siempre había vivido con
aquella desazón en el corazón. Cuando alguien reía quería ser él quien hubiese
provocado la maldita sonrisa o cuando el precio del pan se desplomaba requería
una voz amiga que le dijese que todo se debía a su buen y exquisito quehacer. Por
eso ahora necesitaba crear algo bello, para poder continuar con su lucha contra
sí mismo. Debía ganar la siguiente batalla. Era el centro del mundo, lo sabía. No
había nada más allá. Todos necesitamos un poco de amor, por eso muchos le
disculpaban sus ataques de locura, sus excentricidades y sobre todo aquellos
devastadores llantos de medianoche. Él quería que le quisiesen y no sabía cómo
hacer para conseguirlo. Competía irremediablemente. Le bastaba con una mano
sobre el hombro o una mirada cómplice. La de veces que se había alimentado de
un mísero guiño y es que no se consuela es porque no quiere, pensaba en
aquellas madrugadas en que le costaba conciliar el sueño. Después al amanecer,
todo era diferente: como si lo pasado no hubiera existido; necesitaba más,
comenzar cada día de cero. Y ese esfuerzo descomunal y diario, aunque inquieto le
permitía seguir vivo.
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