Se fue con viento fresco cuando más le apeteció y dejó en la estacada
a todos sus más allegados, a los que la querían. Era la estrella y no podía
permitirse según qué cosas. Al atisbar el primer problema, no se lo pensó
demasiado: Se puso aquellos zapatos de tacón que tan bien le quedaban y puso
sus bellos pies en polvorosa. Ahí os quedáis. Su despacho con el paso de los días fue cubriéndose de
una ligera capa de carcoma y las telas de arañas comenzaron a conquistarlo
todo. No volvería. Sus próximos la lloraban al verse tan desamparados. Su luz
dejó de guiarles desde aquella extraña mañana y se sentían, sin ella, severamente
perdidos. Ella, en cambio, volvió a lo suyo. No les echó de menos, ni miró hacia
atrás, ya que -a pesar de todo- en nada se parecía a la mujer de Lot.
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