domingo, 19 de abril de 2020

34,5º


Jueves número 5 de confinamiento. Llevaba unos días extraño, con los directos de instagram había perdido un poco el norte, así que no sabía muy bien en el día en que vivía. Lo único que sabía era que estaba nublado. Sí, nublado, allí y en abril, desde el confinamiento no había día sin nube. Debe, pensaba en las madrugadas, estar todo relacionado, igual que lo de las luces en el cielo por las noches o los sonidos hum de Sevilla o Barcelona. Le habían dicho que también se habían escuchado en El Coromoto.

Como de costumbre en las últimas cinco semanas, se despertaba sin necesidad de que sonara la alarma del móvil, se sobresaltaba hasta que comprobaba que era megatemprano, se relajaba y ya si eso se levantaba. Desayunó y como era jueves se preparó para ir al supermercado. Prefería ir temprano, costumbre adquirida con el paso de los años. 

Llegó pronto y no se lo podía creer: no había cola y se maldijo porque seguro que era porque la habían hecho por la otra puerta, esa que quedaba a tomar viento. Avanzó y vio como una doña de unos setenta o más entraba por la puerta de siempre, pero seguía sin haber cola. Se preguntó por lo que habría pasado y su intranquilidad se aceleraba a medida que se acercaba a la puerta. No había cola, continuaba sin creérselo y aceleró el paso ante el temor ingrávido de que justo cuando llegase le cerraran las puertas en sus narices. 

Un señor con carrito y mascarilla apareció por su derecha e instintivamente aceleró el paso. Vio su cara de extrañeza y sintió cierto alivio, esos minisegundos de duda fueron justo lo que necesitó para llegar primero de forma holgada. Se detuvo en seco en la puerta y el de seguridad le conminó a entrar. Le dijo que se parase a cierta distancia, desenfundó el termómetro, pensó estar en O.K. Corral, aunque sin pistola; y le disparó. 34 y medio, farfulló al tiempo que le ordenó que pillara unos guantes y que pasare porque estaba bien. En lo que se puso los guantes no pudo dejar de pensar en ese 34 y medio, le retumbaba en la cabeza y volvió a mirar incrédulo al de seguridad sin que se diera cuenta.

Intentó tranquilizarse, quizá, concluyó fuera por eso por lo que llevaba un par de días sintiéndose raro. Era la prueba que necesitaba. Quizá hubiese hecho bien dejándolo todo y yéndose al centro de salud que estaba al lado del súper, pero le pudo más la alegría de que no hubiera cola. Odiaba esperar cincuenta minutos en una cola donde la gente estaba todo el rato quejándose porque parecía que estábamos como cuando la guerra y las cartillas de racionamiento. 

Ya luego, entre que seguía sin haber lejía para ropa de color, ni de la normal tampoco, ni cotufas, alcohol de 96 ni calabaza el cuerpo le fue cogiendo calor. Y le vino a la cabeza aquello que dijo Candela Peña en La Resistencia de que la gente estaba muy equivocada con lo que pasaba en Canarias, que en las tiendas faltaban verduras normales como brócoli porque aquí en las huertas se cultiva piña tropical y plátanos. Y así nos va…

Huesos, de Dani Martín y Juanes.

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