Admiro a las personas que son capaces de acaparar y de capitalizar el dolor. De reivindicarse siempre. Les escucho y siento que sus historias son las buenas, las únicas. Hablan en primera persona y explican con lujo de detalles sus vivencias, siendo protagonistas exclusivos de la catástrofe. Les admiro porque, alejados de mi forma de ver el mundo, no termino de entenderles. Les observo en silencio, como si yo fuera un impostor, como si las otras desgracias no fueran suficiente. Ellos hablan, el resto calla.
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