Ayer estuve con Bofilito.
Sí, ayer volvió a ser él. Ese que no sé si va o viene. Ese que al final siempre me pone triste.
Y volví a sentir que nada de lo que hago es suficiente para él. Que quiere más y que da igual lo que yo diga porque simplemente no me cree, ni me escucha.
Y siento que estoy perdido.
Y me acuerdo de Minerva. Esa que llora por ti. La que canta.
Estoy sin fuerzas. Con miedo a tirar la toalla.
Y me enfado conmigo por seguir esperando como Penélope, la de Odiseo. En un triste andén, pero sin zapatos de tacón ni un vestido de domingo.
Y al final me subí al taxi. Mirando las casas que pasaban, una tras otra. Iba rápido. Deseé que llegase cuanto antes.
Y te miré. Estabas tecleando tu teléfono y me di cuenta de que te habías puesto el cinturón y yo no.
Y no pude dejar de pensar en eso. En que te habías puesto el cinturón y yo no. En que mientras mirabas tu móvil, yo las casas que pasaban delante de la ventanilla del taxi que iba a toda prisa.
Y me puse triste.
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