Rebuscó entre sus viejos libros y, con la vida entre sus dedos, halló
aquel extraño cuento que narraba las andanzas de dos seres purpúreos, que de
tanto quererse terminaron apartándose tanto el uno del otro que la Luna había
dejado de ser Luna y el Sol, apartado y triste, sólo aspiraba a cantar tristes
canciones de amor. Aquellas devastadas páginas la llevaron a aquel pasado aún presente
en el que los rencores seguían vivos. ¿Cuánto tiempo había pasado desde toda
aquella tormenta? ¡Quién sabe! Y cerró el libro, abrumada por tanto polvo
añejo. También cerró los ojos porque sabía que todo su afecto estaba todavía
prohibido. Quiso pedir perdón o que la normalidad de las cosas se impusiese,
pero sospechaba que cuando la tormenta pasa, la calma que sobrevive nunca es
igual a la que propició la catástrofe...
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