Hay días en los que es bueno detenerte un segundo. El agua te está alcanzando
el cuello, pero no puedes desesperar. Tienes que pararte un instante y pensar,
pensar en lo que hacer ante lo que está por venir. La agonía, esa cosa que se
ha apoderado de tu estómago, no quiere marcharse. Sigue ahí, noche tras noche,
día tras día, sin descanso. Respirar tampoco es tarea sencilla cuando te quitan
el aire. No es fácil lo pasado, pero la incertidumbre permanece inalterable. En
ese pequeño instante, detenido, te pones en manos del porvenir. Lo haces con
todas tus fuerzas. La esperanza es lo último que se pierde y sabes que algo
bueno llegará pronto. Lo sabes, no puedes ni quieres evitarlo. Quizá tras andar
un poco más por este atroz desierto, hallemos prestos la salida o, al menos, un
oasis en el que refugiarnos una buena temporada. No todo puede ser gris
siempre. Sé que hay algo mejor...
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