Vivía allí, donde le dejó el paso de los días. No le apetecía vivir,
ni tampoco morir, sólo permanecer en aquel lugar sin hacer nada especial. Todo a
su alrededor se movía, pero había dejado de tener deseos. Algo irremediable,
decían los especialistas que una y otra vez, incansables, le diagnosticaban. No
hay nada que hacer, sentenciaban afligidos. La apatía le fue entrando de a
poco, como si tal cosa, sin que se diera cuenta y ya era demasiado tarde para
cambiar las cosas...
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