La chica trabajaba mucho, nadie
lo discutía. Ella decía que demasiado, casi que parecía que era la única que lo
hacía. Hablaba alto, gesticulaba y, a veces, hasta suspiraba desconsolada. Controlaba
lo de ella y lo de todos los demás. Y es que, en el fondo, era una arpía...
Pobrecilla, siempre justificándose. Como si los méritos de los demás fueran
pacotilla, mientras los suyos, siempre incomprendida, no se reconocieran lo
suficiente. Vivir así, como ella lo hace, no debe ser nada fácil…
Qué bien, de Izal.
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