Simbad el
marino era un chico agradable. Lo era, aunque en realidad no se llamaba así. Le
decían Simbad porque en el fondo querían llamarlo de otra manera menos amable, pero
no podían por esa tontería tan recurrente de la educación. Todos lo definían
así, como un tipo agradable, aunque ninguno pudiera soportarlo más de diez
minutos seguidos. Al que dijera lo contrario, probablemente le arrastraría antes
o después la corriente. Nadie quería quedarse en la calle. Le gustaba decir que
apostaba por la simbiosis, que era un joven de equipo, de grupo y trabajo
colectivo. Y ahí estaba la clave, a veces tenemos un discurso y llevamos a la
práctica el contrario. Eso era justo lo que le pasaba a él, Simbad el marino
decía todas esas cosas, pero a la hora de la verdad no le molaba despertarse a
las seis de la mañana, tampoco le salía del potorro hacer nada para colaborar con el otro,
salvo cuando había que camelarse a alguien. Y así había sobrevivido varios años
y no le iba nada mal. Gracias a su dejadez y vagancia, había logrado cargarse a
unos cuantos compañeros. Ellos también pensaban que Simbad el mario era un
chico agradable.
Susanna, de Art Company
Pd. Tras la noche del diablo, la virgen siempre calma las aguas...
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