Los que
se quedan no lo pasan mejor. Una vez que los que deciden irse se van, a los que
se quedan no les queda más remedio que seguir vivos. No podemos hacer otra cosa
y no es fácil. No es fácil seguir vivo sin poder respirar, echando de menos. Dándote
cuenta de que aquel vaso con el que siempre bebían agua está ahí solo o que en su
parte del armario sigue estando su olor. Pero ya no están y no regresarán. No volverán
a utilizar sus llaves, que cogen herrumbre en un cajón de la mesita de noche y
tampoco volverán a podar los rosales. Ya no harán nada y la lista de cosas
pendientes va creciendo poco a poco. Irremediablemente así es. Y nos quedan las
preguntas al aire y la culpa. Sobre todo la culpa, esa que nos va minando poco
a poco porque tememos que su decisión haya nacido por nosotros. Y aunque en
nada seamos responsables ahí está esa espada colgando sobre nuestras cabezas,
controlándolo todo. Y con ese temor, el de que si respiramos, si logramos
levantar la cabeza, la realidad nos la corte de un tajo malvado. Y los días
pasan y solo tenemos la ausencia a la que asirnos, con ella malvivimos…
Si vas al olvido, de Luz Casal.
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