Y allí
estaba ella, la niña bonita. Bueno, ya rondaba la cuarentena pero siempre que
se miraba al espejo veía a aquella pequeña que tenía por delante un futuro
lleno de éxitos y que contaba cada paso como un triunfo. Poco le había costado
salirse con la suya en el instituto, se había granjeado el apoyo de los que
podían auparla hasta el final del camino sin apenas esfuerzo. Hubo algún
pequeño contratiempo, pero que ella siempre supo driblar con tino y que acabó
con alguna en la cola del paro. Después llegaron los primeros trabajos y le
tocó escachar algunas cabezas. El objetivo era claro: ganar. Muchos le pusieron
la cruz, pero al final se salía con la suya. Conocía al que decidía o a algún
conocido, les vendía todas sus motos y daba igual el resto. También se guardaba
ases en la manga, la información es poder, y no le temblaba el pulso jamás.
Rodaballo vio como en un suspiro se quedó sin familia y trabajo. Se le cruzó en
su camino, pero no midió bien sus fuerzas. Ella se lo advirtió bien claro, pero
él no se lo vio venir. Un comentario aquí, otro allí. Al principio no le dio
importancia y cuando quiso reaccionar, era tarde. Demasiado. Ella se había
encargado de ir abonando el terreno y pronto se los puso a todos de su lado. Lo
de las fotos «alineándose» en una
discoteca a su mujer, quizá estuvo de más. Pero a lo hecho pecho…
Culpable o no, de Luis Miguel.
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