Solo nos
hacía falta un poco de agua. El camarero se extrañó, pero profesional nos la
sirvió en vaso de tubo. Dorotea, más selecta, también le pidió un martini con
aceituna y todo. Pagamos pronto y nos fuimos. Nunca volvimos a ir a aquel
antro.
Que nadie sepa mi sufrir, de Hello Seahorse.
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