Esperaba en la puerta del banco que alguien pasase y le dijese algo. Todas
las mañanas, como si fuera su único trabajo, se levantaba temprano, se vestía y
echaba andar bajo la lluvia de marzo. Llegaba a aquella puerta sobre las 8, un
poco antes de que abriesen la sucursal y allí se disponía a esperar. No sabía
muy bien a qué, pero aguardaba algo importante porque algo en su interior le
decía que sólo tenía que estar en aquel lugar. Miraba a unos y otros, y sabía
que la buena fortuna estaba por llegar. Había perdido la cuenta de los días que
llevaba esperando y a medida que avanzaba el día su ánimo decaía, pero seguía
resistiendo. Quizá dentro de un rato o mañana, o tal vez pasado. Lo que está
por venir está más próximo de lo que todos creen, se repetía como si fuese esa
plegaria a la que te agarras cuando todo va mal y deseas -con todas tus fuerzas-
que el sentido del viento cambie de dirección y lleguen, de una vez por todas,
las corrientes a favor. Desde aquel extraño lugar divisaba el mar, azul,
siempre azul. También los coches que no iban a ninguna parte y daba los buenos
días a los que esperanzados entraban al banco, pero sobre todo a los
desahuciados que salían de él. Algún niño le preguntó qué hacía allí, pero casi
todos le habían dejado por imposible. Aún así, no se amilanó. Se iba a quedar
allí porque algo bueno pasaría...
1 comentario:
Buen blog, muy interesante me hubiera encantado ser trotamundos y conocer todos los lugares que pudiera o ser arquitecto y dedicarme al diseño de hoteles, y así poder viajar por el mundo.
Saludos.
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