Y se creyó que aquella maldita canción era feliz. Por eso cuando él se
fue no pudo volverla a poner en su tocadiscos. Antes, cuando todo era felicidad
no paraba de tararearla. Era el primer pensamiento que le venía a la cabeza al
despertar, la cantaba de camino al trabajo y también mientras almorzaba un
bocadillo a toda prisa en la oficina. Pensó que era alegre por que le recordaba
a él, a su voz, a su olor y sobre todo a sus manos. Por las tardes cuando le
tocaba clases de pintura, de su acuarela sólo salían trazos de luz. En aquel
tiempo sabía que la oscuridad no podría con ella, pero tristemente pagó cara su
osadía. Ahora él no estaba y su tocadiscos se había estropeado por el desuso. No
sabía qué ocurriría mañana, pero había perdido todo interés. En algún amanecer
recordaba alguna estrofa que en lugar de lanzarla al espacio la dejaba hundida
bajo las sábanas. Maldita canción...
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