En aquella época todos estaban enfermos. Tenían fiebre, apenas podían
respirar y el mundo se les caía encima. Pronto dejarían de estar. Nadie recordaba
una epidemia como aquella, ni por asomo se parecía a cuando un buen día muchos
dejaron de amar a sus mujeres. Todos desconocían la razón de aquella plaga,
sólo sabían que un mal día todo comenzó a cambiar. A la gente le dejó de
apetecer besar y los niños se negaron a pintar con colores. El mundo volvió a
ser en blanco y negro. Después vinieron los hombres de negro, que arrasaron con
los bancos en los parques y los patos de los estanques. Las primeras muertes
llegaron en invierno y la plaga de tristeza se extendió igual que lo hace el
aceite sobre el agua tibia. Ahora ya es demasiado tarde, todos estamos enfermos
y nadie quiere ponerse a soñar para salvarnos.
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