El barrio estaba
lleno de cables. Los había por todas partes. Hasta las casas más desvencijadas,
las que apenas podían sostenerse en el aire se asían a ellos, como si la vida
les fuese en ello. Los había de todos los colores y tipos, unos más gruesos que
otros. Lo afeaban todo. De cada escondrijo salía uno y nadie hacía nada por
ocultarlos. Habían proliferado como las setas con las primeras lluvias o los
piojos en los colegios del noroeste. Había tantos que hubo un día en que la
gente dejó de saber para qué servía cada uno. Allí estaban y seguirían estando.
Nadie hacía nada por evitarlo, es más, a nadie le dolían prendas en seguir
sumando al paisaje diario. Cables, cables, cables por todas partes. Viejos,
nuevos, negros, rojos, de cobre, tensos, con trenzas... Y a nadie le importaba.
'Little ones', de Come on live long
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