Todo le pareció mejor y por eso no pudo refrenar el impulso de volver
a las pinturas, a sus pinceles. Se dirigió a aquel lugar olvidado por el
desánimo y, al traspasar el quicio de la puerta, se detuvo súbitamente. Un gemido
se le quedó incrustado en la garganta. Se sintió atravesado por un puñal, por
el más doloroso de todos. Aquel minúsculo recinto le vomitaba ahora su pasado. Se
le vinieron a la cabeza todos los recuerdos buenos y también las pérdidas. Quiso
avanzar. De verdad que lo quiso. Lo intentó un par de veces, pero al final sus
pinceles se quedaron allí, viejos, tristes, aguardando otra oportunidad.
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