Se pintó los ojos y decidió salir a la calle. Sabía que fuera la
esperaban mil aventuras. También las oportunidades, que hasta entonces le
habían sido esquivas. Se colocó sus zapatos de tacón y bajó rápidamente, en un
suspiro, aquellos ocho escalones que la separaban del gran portón. Lo atravesó
y aunque se sintió cegada por los rayos del sol de invierno siguió adelante. Comenzó
a andar y todo le pareció mejor.
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