Estaba sentado en aquella destartalada silla temiendo que en cualquier
momento se viniese abajo, igual que un iceberg en verano. Rebuscaba en su
memoria aquella maldita idea que le había sobrevenido la pasada madrugada, pero
no había ni rastro de ella. Definitivamente se había esfumado. Odiaba que le
pasase eso, que la caprichosa inspiración llegase justo cuando él no tenía
papel ni lápiz a mano. Y allí seguía, mirando por la ventana sin que nada
pasase. Nada extraordinario, claro. Por allí sólo andaban los viandantes de
siempre. Como era domingo tampoco se veían coches. Uno cada cierto tiempo. El mundo
exterior estaba tranquilo, él no. Intentó zafarse de la silla, pero al mínimo
intento crujía amenazante. Oyó tacones en la escalera, la vecina llegaba de una
noche tonta. Una más. Tras los pasos, las llaves y la puerta se cierra. Vuelve el
silencio, la nada y su vida sigue en blanco...
Pdt. Entranda 1.075.
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