Cediendo
tanto, que casi no me queda espacio para respirar. Así me despierto algunas
mañanas de nubes. Miro por la ventana y no atisbo ningún rayo de sol. Parece que
se ha ido para siempre. Intento coger aire, pero casi no me queda. Me he
acostumbrado a vivir así. De esta manera en la que me he dejado de importar. Las
rodillas me flaquean y la piel reseca ha dejado de pedir auxilio. También los
pelos que crecen sin control. Y del sol ni rastro, me digo sabiendo que si me
preocupo por las nubes podré seguir estando vivo. Lo complicado sería ocuparme
de mí…
Mundo verde, de Fluzo.
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