Despertarse con hambre. Con ganas de vivir. Aunque haya
nubes de verano o no haya abierto la farmacia de la esquina. Apenas hay gente
en la calle, cosas de junio. Queda todo el día para hacer cosas, para entrar,
para salir, para decir: estoy vivo. Y eso siempre está bien o por lo menos me
lo parece. Ya era hora de celebrar, de que nos tocase a nosotros. De levantar
copas y de escuchar su tintineo al chocar unas con otras. Solo cuando logremos
vivir sin que el día a día nos pueda podremos estar tranquilos. Nos toca probar
la tarta, la de la vida. Esa que nos hace mejores. Llena de sabores, libre de
maldades...
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