Lo prometido es deuda. No pude tocar como me hubiera gustado la arena de Fuerteventura. Su calor, pero sí la pisé. Estuve unas 24 horas en tierra de cabras y rocas. Nunca antes había estado ten cerca del desierto. La aridez era absoluta. El paisaje de feo es maravilloso. Absoluto y rotundo, y caes en la cuenta de que en el fondo es verdad eso de que Canarias es siete veces única. Nunca antes había estado en un hotel de cinco estrellas. Posiblemente tarde tiempo en regresar a uno, pero sé que no tendría ningún problema en adaptarme. Mi habitación daba al océano. Inmenso. Allí mi vista se tropezaba con Lobos y más lejos con Lanzarote. El viento de Corralejo azotó sin pudor mi ventana toda la noche. Estuve un rato en la bañera. Me tumbé, como de pequeño, y mis pies no chocaban con el final. Fue extraño. Después descubrí la tele, escondida en un armario; y un ‘Nuevo testamento’, que no consulté, en la mesilla de noche. No me apeteció bajar al circuito de aguas termales. Por eso me tendí sobre una hamaca bajo las nubes juguetonas un rato y después cogí fuerzas para lanzarme a una de las piscinas. Lo hice con miedo, timorato, hasta que me di cuenta de que era de esas de ‘aire acondicionado’. Fue mi primera vez en una piscina climatizada. Allí floté y conocí a gente nueva. De esa del mundo de la cultura, tan distintos a mí y a lo que me rodea. También comí y sonreí a ratos. No sé si volveré a Fuerteventura porque me inquieta el viento. Soplando sin descanso. Sin pedir permiso y de forma constante. Sin final, como las dunas.
http://es.youtube.com/watch?v=gpmRIQki9Ds&feature=related
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