Me miras entre la multitud y te veo. Hablo. Muevo las manos. Sonrío, camino y paso de largo, pero me miras entre las cabezas que nos separan. Cada día más, casi de manera irremediable. Pienso en un caballo que cabalga y se desboca en mi boca. Tomo aire y creo en el dolor. En el físico, que es el único que asoma porque el otro se ha marchado para siempre. El doctor corta y sana. Después pago Hacienda y me encuentro con la vida dolorida. Pero sin atisbos de melancolía y cae en mis manos un regalo para la enfermera que cómo bálsamo sólo recomienda la desnudez. Sé que mañana será un gran día.
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