Tim colgó el teléfono tras sonreír un buen rato con Matt. Todas las noches hablaban horas y horas, se contaban todo: las trivialidades del día, las preocupaciones, algún dolor y, cómo no, las buenas cosas del camino. Había madrugadas en las que no hacían falta palabras porque se sabían de memoria. Pero también había cosas que no se decían nunca, quizá las más importantes. Tim apagaba el móvil y dormía tranquilo, como si en la vida no hiciesen falta más cosas, como si aquella voz le saciara la sed y la necesidad de comer. Se abrazaba a la almohada y descansaba. Siempre lo hacía, salvo los días de tormenta, esos en los que caía en la cuenta de que los silencios tenían dedos, caricias y deseos. Matt callaba, pero los martes por la noche después de ir al gimnasio quedaba con Junior, que unos días era un rubio de uno ochenta y otros un moreno de ojos claros. A veces los otros dormían en su cama y quedaban para el sábado después del cine. A Tim, tan lejos de Matt, esa realidad se le escapaba de las manos. Podía recordar cada palabra, cada lunar y pausado esperaba una señal que le dictase por dónde caminar. Por eso todas las noches marcaba aquel número de nueve dígitos para que al otro lado Matt le desease buenas noches…
'La quiero a morir', de Francis Cabrel
2 comentarios:
A veces quisieras que Matt (del otro lado) deseara tanto escucharlo como Tim (uno mismo)
pues sí...
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