Terminó de comer a las tres y satisfecho salió a la calle. Sabía que esta tarde podía ser. Todos los días paseaba por los mismos lugares y con esta certeza echó a andar. Su bici era violeta y tenía un timbre en el manillar que nunca utilizaba. Daba pedales al tiempo que miraba todas las caras que se encontraba, buscando algo perdido. En un receso puso el pie en el suelo y esperando a que un coche gris metalizado conducido por un ejecutivo de mediana edad y con una incipiente calva se metiese en un garaje se lo encontró de frente. Ahí estaba con su barba de tres días, delante suyo. El corazón se le aceleró justo cuando sus ojos se cruzaron. “Hay instantes por los que merece seguir vivo”, susurró entre dientes y continuó su camino…
2 comentarios:
me gusta como escribes
muchas gracias por tus palabras, carmen. un abrazo
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