Bailaba, era libre. Se dejaba llevar y era como si
pudiese volar. Aleteaba flotando en el aire al ritmo de la música. Movía las
manos, las levantaba, las retorcía como si acariciara al viento, esa brisa que
no cuesta respirar, de la buena. Los pies llevaban el son y la cadera le decía
que el mundo era suyo. Bailaba y era totalmente él, un niño de nueve años que
era exactamente lo que quería, solo eso. Un niño. La alegría se le subía a la
garganta y cantaba, tarareaba las estrofas más complicadas y susurraba las
partes que sí se sabía de memoria. Aquellas canciones eran su padrenuestro. Aplaudía y llevaba
el compás porque era libre y la música un refugio seguro. Y cuando más arriba
estaba, cuando casi rozaba el techo con su felicidad, su mirada lo aplastó
contra el piso. Hay cosas que un niño no debe hacer en la plaza, ni que fueras
una niña. Ni bailes, ni palmas, ni hostias, ponte quieto de una vez que me
estás dejando en vergüenza. Se van a reír de ti. ¿Es que no lo ves? Todo eso
decía aquella mirada, que le devolvió al suelo, a la vida. Su sentencia de
muerte.
'Ella baila sola', de Eslabón Armado y Peso Pluma.
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